NO HACEN LO QUE DICEN

November 4, 2017 radioluz
Las discusiones con los fariseos no se quedan en polémica estéril sino en una enseñanza para todos los tiempos: “Hagan lo que ellos enseñan, pero no imiten lo que ellos hacen”. Es una invitación a tomar partido ante la incoherencia y la vanidad de los que mandan y a comprometernos en la fraternidad y el servicio. El Evangelio de hoy proclama la urgencia de recuperar la coherencia de la fe y del comportamiento.
Hermanas y hermanos:
1. La verdadera religiosidad no consiste en cumplir las obras exteriores con perfección, sino en el espíritu y en la interioridad del propio corazón. Hay dos grados de sinceridad. El primero consiste en la conformidad de nuestras palabras y sentimientos con nuestros deberes. Este es superficial porque no se funda en principios sino en sentimientos que van y vienen. El segundo en cambio, es la concordancia práctica de nuestras obras con nuestros deberes, a pesar de las dificultades o circunstancias adversas que se pueden presentar. Hay que saber prescindir de uno mismo para buscar a Dios con profunda convicción en una fidelidad exigente.
2. Aprendamos a distinguir entre las máscaras y el rostro. En el lenguaje común identificamos hipocresía y farisaísmo. Nos convertimos en “cristianos fariseos” cuando reducimos el Evangelio al aparecer más que al ser; al decir, más que al hacer; a la legalidad más que a la moralidad interior; a las obras de la ley, más que a la fe que vivifica las obras; a la glorificación personal más que al dar gloria a Dios.
El fariseísmo es una enfermedad del espíritu de la que pocos se salvan. Nos consideramos católicos practicantes. Pero, ¿de qué práctica se trata? Si no se practica el amor, la misericordia y la justicia, no se puede decir que seamos cristianos practicantes. A veces nos encontramos con cristianos que por nada del mundo pierden la misa del domingo, pero que son terriblemente duros y opresivos, o apegados al dinero y al egoísmo. Gentes muy cumplidoras, pero con un individualismo feroz que no quieren saber nada de fraternidad, comunidad y solidaridad.
3. Dios no se deja engañar por las apariencias. En cambio el hombre sí, pues es lo único que alcanza a divisar. Hay cosas que suenan a verdaderas pero que no son verdaderas; otras parecen buenas, pero no lo son. Será importante aprender a distinguir porque no aprovecha lo que parece sino lo que es.  El aparecer y el ser, lo exterior y lo interior, la superficie y la profundidad, lo que el hombre hace y lo que juzga Dios: son binomios de los que el hombre no podrá desprenderse en absoluto.
Jesús lo que busca es cambiar el corazón del hombre, y mientras no se llegue ahí, nos perdemos en lo secundario. ¡Qué contradicción la de aquellos educadores en la fe que enseñan, motivan, exigen las cosas más importantes para seguir a Cristo, pero ellos mismos no lo aplican en sus vidas. Sólo les interesa ser considerados guías espirituales a los que hay que otorgar el reconocimiento y la alabanza!