HABÍA UN HOMBRE RICO QUE SE VESTÍA DE PÚRPURA

September 23, 2016 radioluz
Hermanas y hermanos:
En este pasaje nos encontramos ante la situación final en la que quedaron dos hombres muy diferentes. Se trata de un mal rico y un pobre bueno. El mal no se encuentra en la riqueza misma ni tampoco la bondad en el hecho de ser pobre, sino en la forma y manera con que se lleva el hecho de ser rico y en la dignidad humana con que se soporta la pobreza, puesto que puede haber una manera buena y otra mala de ser rico o pobre.
1. El hombre de la parábola vivía de la riqueza y para la riqueza, era el único móvil de su vida: los vestidos de púrpura y lino finísimo, las fiestas, los aplausos de sus amigos, eran la ocupación de todos los días. El Evangelio no le pone un nombre. “Había un hombre rico”, dice simplemente; “un comilón”. Al pobre, en cambio siempre lo recordaremos por su nombre: Lázaro.
El rico acaba siendo aún más atormentado que el pobre en vida, y a su vez el pobre acaba gozando más que cualquier rico del mundo. Dios da a cada uno lo que merece. Y es que las cosas terrenales distraen del tesoro verdadero. Cristo nos da la oportunidad de ser ricos. Pero con una riqueza que va más allá del precio del oro y de los vestidos finos.
2. Con esta parábola Cristo no nos dice que los ricos van al infierno y los pobres al cielo; sino que nosotros corremos el peligro de apegarnos a las cosas materiales y olvidarnos de los bienes celestiales. El pobre no tenía nada en esta vida, y el rico lo tenía todo, pero al final los dos murieron. El dinero no le dio más vida a este desconocido. ¡Qué diferente final de cada uno de ellos! Tuvieron la oportunidad de escuchar a Moisés y a los profetas. El rico no les hizo caso. En cambio el otro aprendió a ver todo como venido de Dios.
3. Cristo invita a ricos y pobres, a alcanzar el cielo. A los ricos les dice que compartan sus bienes con los necesitados, que los inviertan en obras de caridad, que curen a los enfermos y moribundos para hacerles más llevadera su vida. Y les dice a los pobres que se unan a él en la cruz que cargó; que no deseen sino las cosas del cielo; y que incluso lo poco que tienen lo vean como algo pasajero. Hay que ser ricos de manera nueva, los más ricos del mundo entero, obteniendo el tesoro de la fe, del amor a Cristo, de la esperanza. Bien se dice que “quien a Dios tiene nada le falta“.
La sociedad en que vivimos mide al hombre por lo que tiene y no por lo que es. Nosotros desprendamos nuestro corazón de las cosas terrenales, superficiales y perecederas. El corazón es como una papa que echa raíces fácilmente en la tierra. No intentemos llenarlo de cosas, porque llegaríamos a la eternidad con las manos vacías. Pongamos nuestra mirada en las cosas de arriba.