ESCLAVOS O DUEÑOS DEL DINERO?

July 30, 2016 radioluz
Hermanas y hermanos:
El tema de la riqueza interesa a todos; a los ricos que tienen mucho y se preocupan por no perderlo y a los pobres que no tienen ni siquiera un trabajo pero que sueñan llegar a ser un día ricos. En nuestra sociedad capitalista el dinero es la moneda con que se compra todo, y no solamente las cosas materiales. Hay quien pretende comprar a las personas, las casas, la salud, el éxito. Ya no es sólo un medio de subsistencia, sino que se ha convertido en el ídolo al que se le rinde homenaje.
1.  Nuestra sociedad se ha construido sobre el consumismo. El tener y poseer se presenta como signo de promoción interior y de realización personal. ¿Cuánto tienes? Pues ¡eso vales! Hoy la Palabra de Dios nos invita a revisar nuestras relaciones con las riquezas. ¿Soy un esclavo del bienestar o valoro los bienes que tengo como un don que Dios me dio para administrarlos al servicio de mis hermanos? El cristiano no desprecia nada que haya salido de las manos de Dios; sabe distinguir el valor relativo que tienen las criaturas. Las cosas son para el hombre y no el hombre para las cosas. Y las cosas y los hombres son de Dios y para Dios.
2.  Jesús nos enseña que debemos desconfiar de las riquezas porque pueden poner en riesgo nuestra felicidad. La parábola que narra el Evangelio se refiere seguramente a un hecho real de aquellos días: Un rico agricultor logra una cosecha excepcional y se traza un plan de vida en cuatro palabras: “Descansa, come, bebe, disfruta”. Pero aquella noche murió. Jesús toma pie de este episodio para instruir a sus discípulos acerca del verdadero papel de las riquezas: La vida es mucho más que una trabajosa acumulación de dinero, propiedades, conocimientos y placeres. La búsqueda incesante de seguridades humanas sólo lleva a vivir en un estado de agitación y de angustia existencial.
3.  Jesús no está condenando las riquezas en sí mismas, sino el mal uso que se hace de ellas. Cuando se convierten en fines, esclavizan. En cambio, cuando se usan para servir al prójimo, ayudan a llegar a Dios, como ocurrió en el caso de Zaqueo, de Mateo, de José de Arimatea. Al final de nuestra vida contará no la cantidad del dinero acumulado, sino las buenas obras que hayamos hecho.
Admiremos la sabiduría y el realismo de Jesús que mientras predica la salvación, multiplica los panes y los peces para saciar el hambre de sus seguidores. Cuando proclamó bienaventurados a los pobres de espíritu, no estaba justificando la miseria; sino alabando a los que viven desprendidos de las cosas de la tierra. Esta debe ser nuestra aspiración: Despojarnos de nuestras ambiciones, de la arrogancia del poder y de la avaricia, y aspirar a la única riqueza que nos puede llenar: la vida eterna. Así sea.