Hermanas y hermanos:
Reflexionemos hoy en la curación de los diez leprosos que, sólo por obedecer un mandamiento de Jesús: “Id a presentaros a los sacerdotes”, quedaron puros de la lepra. Los envía para que entiendan que la sola obediencia a su palabra les valdrá la curación, porque pone a prueba su fe. Realmente, tienen necesidad de creer firmemente en Jesús para obedecer su palabra de ir al encuentro de los sacerdotes.
En efecto, ¿quién será capaz de obedecer la palabra de Jesús sino el que cree en él de verdad? Por ello, el camino de la salvación comienza por creer en Jesús. Por consiguiente, el itinerario de nuestra esperanza, de nuestra libertad y de nuestra salvación total comienza con la fe en Jesús.
1. Los leprosos sabían que sólo Jesús podía curarlos; sin embargo, no los sana directamente; los envía a los sacerdotes. Cristo quiere que le amemos por lo que es y no por lo que nos da. No quiere ser una máquina de deseos, un sedante de nuestras penas.
2. La fe hace milagros, pero a su vez, los milagros aumentan la fe como les ocurre a los leprosos de Galilea. Por el camino quedan curados, pero sólo uno vuelve para dar gracias. ¡Qué fácil es olvidarnos de Dios cuando desaparecen los problemas, cuando todo nos sale bien! Quien ha descubierto que la salvación es un don gratuito de Dios, no puede hacer otra cosa que decirle ¡Gracias, Señor!
3. Necesitamos recordar que el hombre no puede ser humano sin ser agradecido. Y la razón es sencilla. El hombre no puede darse nada a sí mismo si no es a partir de lo que recibe de los demás. No nos damos la vida a nosotros mismos, ni la inteligencia, ni las fuerzas, ni la salud. Hoy podemos recordar todo lo que hemos recibido en la vida sin que nadie nos haya cobrado el precio. Dios, nuestros padres, un transeúnte que se cruza en nuestro camino. Lo más grande lo hemos recibido gratis. Detengámonos un momento y volvamos para besar su mano y decirle ¡gracias!
No olvidemos a Aquel que es la fuente de nuestra alegría. No esperemos a estar enfermos para acudir al Señor. Agradezcámosle todos los días sus dones. El que hoy se sienta enfermo acuda a Jesús, no para pedirle un milagro, sino para decirle que quiere hacer su Voluntad. Aquel que hoy esté sano, del alma y del cuerpo, acuda también a Jesús para agradecerle. No olvidemos que en sus manos están nuestras vidas, de él dependemos. Ofrezcámosle nuestro amor y nuestra vida entera a su servicio.