DOS HOMBRES SUBIERON AL TEMPLO A ORAR

October 22, 2016 radioluz
farypublHermanas y hermanos:
Cristo nos presenta a los dos protagonistas que existen dentro de nosotros: el fariseo soberbio y vanidoso y el publicano humilde y pecador. Cada vez que escuchamos este pasaje evangélico lo más fácil es considerarnos en un punto medio; ni soberbio, como el fariseo, ni pecador como el publicano. Quizá, en muchos esta actitud sea cierta, pero la mayoría debemos aceptar que tenemos tanto del uno como del otro.
1. En el fondo el fariseo quería alcanzar gracia delante de Dios como muchas veces hacemos cada uno de nosotros cuando nos arrodillamos delante de Cristo. Detrás de todo, y hay que reconocerlo, hay un atisbo de soberbia. Los dos suben al templo para un fin bueno y santo: para orar. Dice el Evangelio que “suben”, o sea salen de sí mismos. Este suele ser nuestro problema. Dice San Agustín: “Si tú te levantas con orgullo Dios se aleja de ti. Si tú te rebajas con humildad, Dios baja hasta ti”.
2. El fariseo se consideraba agradable a los ojos de Dios y le ofrecía la bandeja de sus buenas obras. Se coloca en la primera banca y dice: “Gracias porque no soy como los demás”; “yo sí pagó los impuestos”. ¿Esto es hacer oración? En el fondo hay una actitud de soberbia, porque quiero demostrarle a Dios lo bueno que soy. El Evangelio nos dice que éste no bajó justificado. Nuestra oración debería ser: “Señor, ten compasión de este fariseo que hay en mí”.
3. El publicano viene con una actitud de humildad, siente vergüenza de su alma, de su persona, de su pecado. “No se atrevía a alzar los ojos al cielo, ni a entrar en el templo”. Aquí ninguno se salva, todos somos pecadores; unos más y otros menos, pero todos pecadores. Publicano es el que se da cuenta de que no tiene las manos limpias, sino que también él debe convertirse. La única arma eficaz que tenemos contra el fariseo que llevamos dentro es la del publicano. Es decir: Debemos reconocer con sencillez que somos fariseos.
Ante la oración humilde Dios ha querido hacerse impotente. La humildad es la mejor actitud para orar porque nos desnuda el alma ante el Creador, y así, libre de apegos mundanos, podemos vivir con el alma apegada a Dios.
Yo los invito a hacer la oración del publicano: una oración humilde, confiada, llena de arrepentimiento. Dios está siempre dispuesto a escucharnos y a curar nuestras heridas. Cristo nos da ejemplo cuando ora y pide perdón por todos los pecados. Nuestra vida cambiará, como dice San Agustín: “El que sabe bien orar, sabe bien vivir”. Porque la oración suscita fe, la fe suscita amor, el amor suscita piedad y deseo de servir a los pobres. Que así sea.