Hoy es un día muy especial. Venimos vestidos de fiesta y con ramos en las manos porque comienza la semana santa. Durante cuarenta días hemos recorrido un camino de conversión y de penitencia. Se mezclan en nuestro corazón dos sentimientos contradictorios, por un lado la alegría de ver a Jesucristo entrando solemnemente en Jerusalén y proclamado como rey; por otro la tristeza de saber que dentro de pocos días va a sufrir tanto por nosotros: ¡Ofendido, traicionado, golpeado, humillado! Lo veremos subir al calvario con la cruz a cuestas y morir por nosotros.
Queridos hermanos:
1. Domingo de Ramos es la puerta grande por la que entramos a la semana santa. El jueves celebraremos la última cena en la que Jesús nos deja su cuerpo y su sangre y un mandato de amor. El viernes lo acompañaremos en su pasión y muerte. El sábado será día de luto, pero por la noche, en la vigilia Pascual, recordaremos su paso de la muerte a la vida y renovaremos nuestros compromisos bautismales.
2. Todo lo que ocurrirá esta semana nos desconcierta y nos llena de dolor: El Hijo de Dios que vino a este mundo para liberar a los pobres y a los que sufren, toma la decisión de vivir en su propio cuerpo la experiencia de la derrota, del silencio de Dios, de la muerte. El Buen Pastor se convierte en el cordero inmolado; el Sembrador se convierte en grano de trigo que muere; el Señor se convierte en el siervo herido por el sufrimiento como anunció el profeta Isaías.
Es a ese Jesús a quien queremos seguir porque creemos en Él, porque sabemos que su cruz es la fuente de la que brota la vida, porque sentimos ya dentro de nosotros la luz de la resurrección que celebraremos dentro de ocho días.
3. ¿Quién no recuerda el fervor de su vida cristiana en los años de su primera comunión? ¿Quién no ha oído alguna vez la voz de Dios que le pedía ser más generoso y aceptar las cruces de la vida, sobrellevándolas con amor? Entremos a la iglesia y cantemos con inmensa alegría: “Jesús ¡Tú eres nuestro Rey!”. El Viernes Santo estaremos también al pie de la cruz ¿Habrá alguno que todavía le grite con sus pecados: ¡crucifícale!?
No desaprovechemos estos días de gracia. Estas pueden ser muy buenas ideas, por ejemplo: Asistamos a las ceremonias; busquemos tiempos para leer y meditar la crónica de los últimos días de Jesús como la cuenta el Evangelio; si alguno está enfermo, puede unir sus padecimientos a los de Cristo por la salvación de los pecadores; o al meditar en la crucifixión, pensemos en nuestra propia muerte y preparémonos a ella con fe; ayudemos a algún enfermo terminal y acerquémoslo a los últimos sacramentos. Y, además, ¡Cuánto tenemos que pedirle y también qué agradecerle! Así sea