En los momentos más oscuros de la vida, cuando creemos que caminamos solos y que todos se olvidan de nosotros, Jesús resucitado se pone a nuestro lado como un peregrino de Emaús. No dejará que el desaliento se apodere de nosotros. Con Él nuestra noche volverá a quedar iluminada, fortalecida, alegrada. Y si se queda con nosotros resucitado podremos también partir su Pan y escuchar su Palabra.
Hermanas y hermanos:
1. Aquellos dos discípulos se lamentaban diciendo: “Nosotros creíamos que él iba a ser el libertador de Israel, sin embargo, han pasado ya tres días desde que lo mataron”. Pero entonces, Jesús resucitado se acercó hasta ellos, y comenzó a conversar haciéndose pasar por un viajero más. Sus ojos estaban nublados y no lo reconocieron. ¿Qué les impedía verlo? Su falta de fe. Ellos estaban esperando un Mesías guerrero que salvara a Israel del poder de los romanos. ¡Sí, faltaba fe y sobraba apego a sus criterios tan humanos! Con justa razón el Señor los reprende duramente y les dice: “Insensatos y duros de corazón para creer todo lo que anunciaron los profetas”. Entonces Jesús con gran paciencia les explica todos los pasajes de la Escritura que se referían a El.
2. Traslademos esta escena hasta nosotros y a nuestro entorno actual. Como los de Emaús, también nosotros nos hemos puesto en camino en tiempo de incertidumbre y de inclemencia, de perplejidad y de zozobra, de desaliento y de oscuridad. El itinerario de la fe no consiste en la ausencia o presencia de Jesús, sino en la transformación interior que nos permite abrir los ojos, no para ver algo nuevo, sino para ver con ojos nuevos.
Para que arda nuestro corazón son necesarias dos cosas: la Escritura y la Eucaristía. La Escritura enciende el corazón. La Eucaristía nos introduce en el misterio de la muerte y la resurrección. Necesitamos desprendernos de nuestros criterios humanos y de nuestra manera de ver las cosas para reconocer al Señor cuando nos enseña su Verdad, cuando nos muestra sus criterios, cuando nos regala con la gracia de su presencia.
3. “¡Quédate con nosotros!”, le dijeron los discípulos de Emaús y Jesús entró en su casa. Sentado a la mesa, “tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio”. Entonces “se les abrieron los ojos y lo reconocieron”. Cuando escuchaban a Jesús, su corazón se emocionaba y entendían lo que les explicaba, pero al recibirlo en la Eucaristía lo reconocieron y pudieron creer que realmente había resucitado.
Hermanos: Cada domingo llegamos a Misa cegados por las incertidumbres y desazones, como Cleofás y su compañero. El Señor nos ha acompañado amorosamente. Ahora, dejemos que él mismo nos explique las Escrituras, y comamos el pan de la Eucaristía. Ahora sólo falta decirle: “Quédate con nosotros porque se hace tarde”. ¿No es verdad que es ahora cuando más necesitamos que esté aquí? ¡Pues bien, Él ha escuchado ya nuestra oración: ¡Se quedó para siempre en nuestros sagrarios!