El hombre moderno pone en tela de juicio muchas seguridades. Todo lo relativiza. Vive en la desconfianza de que pueda haber “una verdad, un camino” por el que valga la pena arriesgarse. Es lo mismo que le ocurrió a Tomás, pero Jesús le dio la respuesta más clara: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”. Cristo es el camino; gracias a él tenemos la puerta abierta para vivir en Dios.
Hermanas y hermanos:
1. “Soy el camino”: Lo acabamos de escuchar en el evangelio: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie va al Padre sino por mí”. Jesús se nos presenta como aquel que da sentido pleno a la existencia, como el que es capaz de satisfacer nuestro deseo de felicidad, de gozo, de vida plena. Siguiéndole a él todos los valores y las esperanzas e ilusiones humanas se hacen más plenas; todos los esfuerzos que hacemos los hombres al servicio de una vida mejor pueden llegar más a fondo, pueden alcanzar una amplitud insospechada. Reconociendo a Jesús como el camino ¿habrá quien no encuentre la ruta hacia el Padre? Sabiendo que es la verdad ¿habrá quien la busque en otros o en las cosas? Teniéndolo como la vida ¿habrá quien deje a la muerte la última palabra?
2. “Soy la verdad”: Jesús es la Verdad que debemos conocer. Dios se ha hecho palabra nuestra; ha venido tan cerca que podemos escuchar perfectamente los latidos de su corazón. Jesús es verdaderamente el rostro de Dios. Todos quieren tener razón y la mayoría cree que la tiene, pero la verdad es única. ¿Cómo podemos conocerla? ¿Dónde encontrarla? Jesús responde de forma sorprendente, diciendo que él es la verdad. La pregunta ¿qué es la verdad? tiene ahora una respuesta decisiva y única: “Yo soy la verdad”. El instinto más arraigado en el hombre es vivir; es el ideal por el que más gustosamente da el hombre su vida: por vivir de una manera digna. Por eso también nos asegura:
3. “Soy la vida”: Entre los diversos estilos de vida que los hombres tienen de vivir ¿cómo dar con la forma más real, digna e intensa? Jesús responde también a este interrogante y, como siempre, lo hace de forma existencial, personal. Jesús nos asegura que él es la vida. Un ídolo nunca puede ser un buen camino, ni una buena verdad, ni una buena vida, sino una alienación. Jesús nos manifiesta la realidad de Dios: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”. Como camino nos lleva al Padre; como verdad nos da una razón para luchar; como vida nos prepara una morada eterna. Nuestra existencia, pobre y débil, se ha visto transformada por su presencia de una manera milagrosa.
Verdaderamente, vale la pena arriesgarse y decir con toda nuestra fe: ¡Me la juego por Cristo! Porque en definitiva es el único que en veinte siglos de historia no ha fallado a nadie sino todo lo contrario, es el único que ha cambiado el mundo.