Si quieres seguirme…”
El apóstol es el reflejo fiel de Cristo. Leyendo el Evangelio de hoy llama la atención la exigencia radical de Cristo. Es el Señor, el valor absoluto, el bien supremo, el tesoro y la perla preciosa por el cual vale la pena venderlo todo. Ni la familia, ni la salud o el bienestar, ni la vida misma pueden ocupar el primer puesto en nuestro corazón, porque pertenece a Dios. El seguimiento de Jesucristo es una respuesta comprometida y voluntaria.
Hermanas y hermanos:
1. Ser digno de Cristo es ser consciente de la propia fe y ser coherente en la vida moral que se lleva. La vida de los santos no es sino la historia de una identificación con Cristo en su modo de pensar, de sentir, de expresarse y de vivir. Cuanto mejor imitan a Cristo más dignos se encuentran; cuanto más llevan a Dios en su corazón, más se dan cuenta que están ellos en el corazón de Dios.
Muchas veces nos sentimos cristianos sólo por la apariencia exterior, la inscripción en los registros parroquiales o la forma de vestir. Pero decirse cristiano y no serlo llega a ser contraproducente y estéril.
2. Por el sacramento del bautismo quedamos incorporados a Cristo en su misión evangelizadora. Para el cristiano comienza una vida nueva que revoluciona todos sus planes humanos, polariza sus pensamientos hasta tal punto que todo lo que lo rodea comienza a girar en torno al establecimiento de su Reino en el mundo.
El cristiano debe tener los pies bien asentados en la tierra y el corazón puesto en las cosas de Dios. El cristiano encarna la sonrisa de Dios con su caridad delicada y motiva a los que lo rodean para la entrega total a Dios y a sus hermanos. ¿Puedo decir que ya vivo mi condición de apóstol en mi medio ambiente? ¿Me he convertido en la sonrisa de Dios para mis hermanos? ¿Los que me ven pueden descubrir con facilidad el “talante” de los hombres de Dios?
3. Esta sociedad necesita hombres y mujeres, que sepan demostrar que la felicidad no consiste en acumular bienes. Necesita que alguien le recuerde que no somos ricos cuando poseemos muchas cosas, sino cuando sabemos disfrutarlas con sencillez y compartirlas con generosidad. Que no somos ricos cuando tenemos mucho, sino cuando necesitamos poco. Como dicen en la calle: “era un hombre tan pobre, tan pobre, que no tenía más que dinero
En el día del juicio seremos juzgados por el amor. ¡Qué tremendo será encontrarme con Cristo que me pide cuentas y yo no tenga nada que decirle sino mostrarle mis manos vacías! Bien decía Santa Teresa: “Al final de la jornada el que se salva sabe y el que no, no sabe nada”. La Madre Teresa de Calcuta decía certeramente: “La fe es pobreza; la pobreza es libertad; la libertad es alegría”. Solamente quien sigue a Jesucristo, dejando todas las demás cosas y teniéndolo a Él como centro de su vida, es capaz de anunciar una vida nueva al mundo de hoy, dejar una huella de caridad y presentarse al juicio de Dios con las manos llenas de buenas obras.