La fuerza del cristiano se encuentra en la debilidad. Nuestro maestro es Jesucristo y quiere que aprendamos de Él a ser mansos y humildes de corazón. El mundo tacha de ignorantes a los sencillos, pero la oración de Jesús a su Padre nos ayuda a valorar la grandeza de los pequeños. Dios mismo los elige para que prediquen la sabiduría divina.
Hermanas y hermanos:
1. La salvación de la humanidad se ha realizado gracias a la humillación de Jesucristo. El pueblo de Israel tenía otras expectativas pero Jesucristo le simplificó el camino con su modo de proceder. El se presenta como un rey humilde, un rey manso; se despoja de toda aura de grandeza; se hace pequeño, vive cerca de los olvidados y, a los que despreciaba el mundo, los elige para ser guardianes del secreto de la salvación. Las enseñanzas más nobles fueron transmitidas al mundo a través de unos sencillos pescadores. Ellos comenzaron la transformación social más trascendental de la historia.
2. Las bienaventuranzas proclaman felices a los pobres, los humildes, los encarcelados, los enfermos, los que sufren, los que lloran. A lo largo de los siglos ha habido santos que han cambiado la historia de su tiempo con proyectos muy simples: Francisco de Asís “; Teresa de Lisieux que nos propone “su caminito” en la historia de un alma, Teresa de Calcuta “el ángel de los leprosos“. La verdadera libertad, la verdadera alegría, la belleza más auténtica está en el misterio de las almas sencillas. Solamente así podremos llamarnos discípulos de Cristo que fue humilde y manso de corazón.
Este fue también el ejemplo de María. La más sencilla de las mujeres, la más humilde y pura fue elegida por Dios para la misión más sublime. Estas pautas de humildad y sencillez que Dios le pone las asume como normas de comportamiento que le permiten convertirse en la clave de la historia de la salvación.
3. El hombre se transforma cuando se acerca a Cristo con espíritu humilde. Conocí a una madre de familia que después de dos años de terribles sufrimientos físicos y morales, entendió que Dios la llamaba a ser buena cristiana a través de las cosas sencillas como la oración, los sacramentos, la Misa dominical. Ahora siente su cruz como “un yugo suave”. Esta mujer era agresiva con sus hijos, imponía sus propios derechos, se atormentaba cuando los niños lloraban, pero cuando entendió que tenía que ser humilde y repartir bondad, entonces se dio cuenta de que la cruz le pesaba menos”.
El hombre religioso no puede no ser humilde porque como enseña Teresa de Ávila: “La humildad es la verdad“. Un cristiano soberbio es una contradicción en sus mismos términos. El “Magnificat” que canta la Virgen en la anunciación “proclama la humildad de esclava y al mismo tiempo celebra las grandezas realizadas por Dios en ella“. La verdadera libertad, la verdadera alegría, la belleza más auténtica está en ese misterio de las almas sencillas.