La Palabra de Dios es como una semilla que Dios deposita en el corazón del hombre y que da fruto en la medida en que es acogida. La gracia de la salvación se ofrece a todos pero siempre va a quedar condicionada por la respuesta personal. Unos la escuchan y otros no; unos la hacen el centro de su vida, otros siguen indiferentes.
Hermanas y hermanos:
1. ¿Queremos saber por qué son estériles muchas veces nuestras acciones buenas? Porque están vacías de la Palabra de Dios. Nuestra civilización consumista y hedonista ha endurecido el corazón del hombre hasta el punto de que ya no es capaz de entender con el corazón para que Cristo lo cure. ¿Cuáles son los obstáculos que estorban el crecimiento de la gracia en mi alma? ¿Es “el tráfico del camino” lo que me impide pensar en el sentido de la vida? ¿Es la ausencia de silencio para poder escuchar la voz del Espíritu Santo? ¿O es “el terreno pedregoso y lleno de espinas” de mi inconstancia en los buenos propósitos y el apego a las cosas terrenas?
2. En un mundo que se mueve por criterios de eficacia y de poder, puedo caer en la tentación de valorarme según la apariencia que ofrezco de mí mismo o según la aceptación que creo que los demás tienen de mí. Si esto ocurre entonces hago las cosas para quedar bien o para conquistar un puesto; trabajo buscando cómo hacer para quedar siempre por encima de los demás; vivo más para tener que para ser; creo que puedo lograr cualquier meta sin la ayuda de los demás y caigo en una autosuficiencia llena de orgullo.
Es verdad que debo reconocer mis talentos, pero valorándolos como un regalo de Dios que me llevan a ser responsable. Hay un pensamiento que debe fortalecer mi compromiso hacia los demás: Yo soy responsable del mundo que me rodea. Nadie puede sustituirme en la tarea de orientar mi vida en la dirección de la voluntad de Dios. Claro que me consuela la promesa de Cristo: “Sin mí nada podéis hacer”.
3. De nada valen las limosnas generosas y los bonitos discursos y las iniciativas espectaculares, si no nacen de un corazón enamorado sinceramente de Dios. La gracia que Dios ha sembrado en nuestros corazones el día de nuestro bautismo y que se incrementa con la recepción de los sacramentos y la práctica de las virtudes, fructifica a través de nuestras buenas obras y del testimonio de nuestra vida cristiana.
Saber que está en nuestras manos la medida en que va a fructificar la gracia es algo reconfortante y estimulante. A nadie le ha dicho el sembrador: “de ti espero treinta o sesenta”. Más bien nos ha recordado: “El primer mandamiento vale para todos” y a todos nos dice “sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial”. ¿Acaso no podríamos decir con San Agustín: “Si este santo y este otro han alcanzado la meta de la santidad, ¿por qué yo no voy a poder?”. Pidamos hoy al Señor que así sea.
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July 17, 2017
radioluz