Nuestro mundo es una extraña mezcla de bondad y de maldad. Dios siembra trigo en el campo, pero el diablo desparrama cizaña. Aún así, Dios puede sacar bienes aún en estas contrariedades. Para mantenerse fuerte el bien necesita la lucha. La impaciencia que muestran los discípulos se parece a la nuestra: quisiéramos arremeter contra todo lo que se opone al Reino. La impaciencia es mala consejera. Jesús, en cambio, aconseja esperar.
Hermanas y hermanos:
1. La parábola presenta dos sensibilidades diferentes, la del dueño paciente, prudente y sabio, y la de los siervos impacientes. En el campo, que es el mundo y es nuestro corazón, se libra la lucha eterna de la humanidad entre el bien y el mal. Esta evidencia podría llevarnos al desaliento pero Jesús nos enseña a ver las cosas con ojos de esperanza y en ello nos revela el verdadero rostro de Dios, que es “clemente y rico en misericordia”. El bien prevalecerá siempre. Por eso el cristiano mantiene en alto su consigna: “Vince in bono malum“, vencer el mal con el bien.
2. El hombre de nuestro tiempo busca resultados inmediatos, que hay que conseguir a toda costa y con el menor esfuerzo; pero así no nos salen las cuentas. Tenemos prisa y etiquetamos precipitadamente a los demás como buenos y malos. Nos asusta pensar que el mal se difunde con rapidez y en cambio el bien no avanza. ¡Qué fácil es caer en un estado de pesimismo y desesperación! No nos resignamos a esperar tiempos largos para solucionar nuestros problemas y cuestionamos a Dios: No conocemos su rostro y corremos el riesgo de desfigurarlo.
3. Con el evangelio en la mano debemos recomponer el rostro misericordioso de Dios. La imagen que tenemos puede ser un subproducto creado por nuestros estados de ánimo. Jesús es la imagen del Padre: “el que me ve, ve a mi Padre; el que me escucha, escucha a mi Padre”. Atenágoras de Atenas nos recuerda que el Espíritu Santo “es la simpatía de Dios”. Dios tiene un corazón magnánimo porque nos da la posibilidad de arrepentirnos. Su paciencia es a la vez moderación y clemencia. Como cantamos en el salmo responsorial: “Es un Dios de piedad, lento a la ira y lleno de amor”.
Junto a esta parábola, Jesús añade otras dos que completan sus características: la del grano de mostaza y la de la levadura. Nos recuerda que el Reino tiene orígenes insignificantes, pero capaces de revolucionar el mundo. Como siempre, son los pequeños los que hacen ver la mano de Dios. De los primeros cristianos se decía: “Entre nosotros hay sobre todo gente sencilla, ignorante, incapaz de demostrar con argumentos la verdad de nuestra doctrina; sin embargo procuramos mostrarla con nuestra propia vida”. “Es mejor ser cristiano sin decirlo, que decirlo sin serlo”, decía San Ignacio de Antioquia. Pidamos a Dios la gracia de convertimos en “Palabra de Dios para el mundo” con el testimonio de nuestra vida. Así sea.
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July 22, 2017
radioluz