Muchas veces nos preguntamos sinceramente: ¿Qué debo hacer para vivir mi vida cristiana como Dios quiere? Si cada domingo estamos atentos al mensaje del Evangelio, encontraremos la respuesta en forma fácil y motivadora. – Hoy Jesús hace hincapié en un aspecto fundamental: Somos hermanos. El amor al hermano no se muestra sólo diciéndole palabras amables y de alabanza sino también, cuando haga falta, con una palabra de aliento o de corrección.
Hermanas y hermanos:
1. Todos somos responsables unos de otros. Si somos hermanos no podemos desentendernos unos de otros. ¡Qué fácil es limitarse a una crítica y no ayudarnos mutuamente a vivir como cristianos a través del “buen ejemplo”! Todos sabemos por propia experiencia que lo que más nos ha ayudado a seguir a Jesucristo es ver hermanos que vivían la fe, el amor, la esperanza. El cristiano debe sentirse corresponsable de sus éxitos o sus fracasos, su crecimiento o su pecado. Sus pecados no son “cosa suya”, sino también nuestra. Precisamente porque lo amamos debemos sentir sus pecados como un gran fracaso, no sólo suyo, sino también nuestro.
2. Jesús nos ha enseñado la importancia de la corrección fraterna oportuna. En la primera lectura Yahvé le urge al profeta Ezequiel para que no calle, porque callando se hará responsable de la ruina de su pueblo. Dios le ha hecho “centinela” que ayude a sus hermanos, que sepa dar la alarma cuando vea que es necesario, y les recuerde que no se han de desviar de los caminos del Señor. ¿Para qué sirve un centinela que no avisa? ¿Para qué sirve un perro guardián que no ladra cuando vienen los extraños? Nadie es extraño para mí: me debo sentir responsable del bien de los demás. “Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos. Si te hace caso, has salvado a tu hermano”. Y porque somos responsables, es necesario que nos metamos en la vida del otro -cuando sea oportuno, cuando podamos ayudar- pero siempre con amor.
3. Somos hermanos, hijos de un mismo Padre. El evangelio de hoy comenzaba diciendo: “Si tu hermano…”. Aquí está la clave de cómo hemos de actuar con los demás: ni indiferentes, ni superiores, sino hermanos. Eso sí, la corrección fraterna debemos hacerla con amabilidad. Como el padre no siempre calla, sino que habla y anima a sus hijos. Como el educador con sus alumnos y el amigo con su amigo. Como Jesús, que supo corregir con delicadeza y vigor a sus discípulos, en particular a Pedro, y logró que fueran madurando en la dirección justa. Con amor y desde el amor.
Para terminar, no olvidemos que cuando somos nosotros los que recibimos una palabra de corrección, tendremos que reaccionar bien: en ese momento nos puede costar que nos digan que algo no va bien, pero luego vemos que nos ayudará a mejorar. Nuestros defectos los conocen mucho mejor los demás que nosotros mismos. Con la ayuda de Dios y con nuestro esfuerzo por ayudarnos mutuamente, nos sentiremos más hermanos cada día. Que así sea.