Hermanas y hermanos:
1. Obedecer a Dios implica cumplir sus exigencias, a veces duras e imprevisibles. Muchas veces nuestras prácticas religiosas pierden su valor cuando nos procuran seguridades humanas y beneficios materiales. ¡Cuántas veces encontramos cristianos que se parecen a aquellos fariseos! Ponen su seguridad en los ritos externos pero rechazan algunos contenidos de fe o están en desacuerdo con las normas morales de la Iglesia. Las devociones como el rezo de novenas, peregrinaciones a santuarios, sacrificios públicos, uso de imágenes, cantos y signos de alegría o de dolor, solamente tienen valor si van acompañadas de la conversión, la entrega a los demás y el cumplimiento de los mandamientos.
La parábola de los dos hijos es sobria, reducida a lo esencial, no hay nada superfluo. “Un padre tenía dos hijos”: La diferencia entre los dos hermanos retrata dos categorías de la sociedad hebrea: Los que se creen justos y que no necesitan conversión; y los pecadores que sienten la necesidad de convertirse. Los fariseos se sintieron aludidos porque “dicen y no hacen”. Se acordaron seguramente de aquel dicho de Jesús: “No el que dice ¡Señor, Señor! Entrará en el Reino de los cielos, sino el que hace la Voluntad de mi Padre”.
2. El Padre de la parábola usa el verbo en imperativo: “¡Ve hoy a trabajar en la viña!”. Cada día es más urgente que el cristiano actúe como un testigo de Cristo en medio de un mundo secularizado y relativista. El mal va invadiéndolo todo, sin embargo, basta un poco de levadura para fermentar la masa, basta un poco de sal para evitar la corrupción, basta una pequeña grey para conservar la fe. Santiago apóstol no se cansa de repetir: “La fe sin obras es fe muerta”. A nosotros nos lo han repetido desde niños: “obras son amores y no buenas razones”.
¿De qué nos van a examinar el día del juicio? Dice San Pablo que “Dios dará a cada uno según sus obras”. Y San Pedro Crisólogo añade: “la incoherencia es un mal sutil, una infección secreta, un veneno escondido”. ¿Acaso no se oye por ahí con frecuencia: “Soy católico pero no practicante”?
3. A veces pregunto a buenos cristianos si son “practicantes” y me responden “Naturalmente, yo voy a misa todos los domingos”. Pero ¿Dónde quedan los demás sacramentos? Examínate: ¿Cumples todos los mandamientos? ¿Practicas las obras de misericordia? ¿Sirves a los demás y piensas en la salvación de tu alma? ¿Oras y das buen ejemplo? ¿No estarás cometiendo quizá pecado de omisión? El criterio de la coherencia cristiana es claro e imperativo: “Si me amáis, guardaréis mis mandamientos”
Hagamos hoy el propósito de continuar la revolución que Cristo trajo al mundo: la revolución del amor. En la óptica de Cristo el justo no es el que observa la ley exterior, sino el que es capaz de liberarse de sus ataduras y de sus seguridades humanas. Que nuestra predisposición sea la de Teresa de Jesús: “Vuestra soy, para vos nací ¿Qué mandáis hacer de mí?”